Cuando
pregunté a Win, mi guía en Myanmar, si había alguna posibilidad de recibir una
clase de cocina birmana, su cara fue de sorpresa, a pesar de ello no tardó en hacer las gestiones necesarias
para esos turistas raros que le habían tocado, esos a los que les gustaba el
picante, que nunca protestaban por la
comida, que adoraban visitar los
mercados y mostraban interés por todas y cada una de las verduras que se
vendían, que pedían sal en todas las
comidas, que querían visitar unas
bodegas de las que apenas había oído hablar;
fuimos los turistas raros desde el principio y no queríamos defraudarle.
Yangón
(Rangún) poco tenía que ver de interés; una vez visto y con un día extra en la
ciudad debido al cambio horario de la línea aérea, pensamos que una buena forma
de pasar y aprovechar el tiempo era recibir una clase de cocina, elaborando alguno de
los platos que habíamos comido durante el viaje y que tanto nos habían gustado,
fue todo un acierto.
Tras
unas diez llamadas entre la agencia, el restaurante y el cliente (una
servidora), llegamos a un acuerdo de base con respecto al precio, el menú y la
hora. Nos os voy a engañar, no fue fácil decidir los platos ya que cada vez que
se me ocurría alguno, me respondían que ese plato no era birmano, que era chino
con lo cual decidí que ellos fuesen los que pensasen los platos a cocinar.
Como
siempre, muy puntual nos recogió Win para llevarnos al restaurante, en
principio no iba a acompañarnos pero como era la primera vez que su agencia
ofrecía este “extraño” servicio, decidieron ser testigos del “evento”. Tras unos
30 minutos llegamos al restaurante. Todo estaba perfectamente preparado a la
entrada del mismo, menos mal que fue al aire libre porque el calor por estos
lugares es impresionante y si añadimos el fuego de la cocina, el resultado
puede ser dramático para una “cocinillas occidental”.
Durante
toda la clase me limité a hacer lo que me indicaban y menos mal que estaba Win
como traductor que fue mi salvación para no meter la pata continuamente, lo
cual se me da especialmente bien, por todo ello, mi torpeza es más que
manifiesta durante toda la elaboración.
Cocinamos
cinco platos, una sopa, dos clases verduras salteadas (una de ellas con setas),
pollo, y pescado. Todo ello en wok a alta temperatura y en poco tiempo de
manera que conserva todo su sabor.
La
base del pollo y el pescado fue prácticamente la misma y el resultado muy
similar.
Las
verduras cocinadas “al dente “de esa forma que tanto me gusta y que me cuesta
conseguir en casa, aunque durante este verano y tras algo de práctica con los
trucos aprendidos en la clase, casi, casi me estoy acercando a ese punto
perfecto.
La
sopa sin ningún caldo previo, sólo usando ajo, jengibre y aceite aromatizado con
guindilla resultan sorprendentemente buenas.
Por
supuesto, nos comimos todo lo cocinado y la verdad, no hubo ninguna queja
excepto el exceso de sal que yo me empeñaba en añadir cada vez que probaba una
preparación para susto y sorpresa de la cocinera.
Salado para Win, perfecto para nosotros y es que en este país, la sal se usa muy, muy poco.
Salado para Win, perfecto para nosotros y es que en este país, la sal se usa muy, muy poco.
La
experiencia es para repetir, creo que a partir de ahora va a ser un imprescindible
en mis futuros viajes, no sé si será posible, pero lo intentaré.
Y para muestra de todo lo vivido, os dejo dos vídeos, espero seáis benevolentes con esta aficionada.
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