Tras
la ruta por Botswana y encontrándome a poco más de una hora de las Cataratas
Victoria, estaba claro que tenía que visitarlas.
Haciendo
frontera entre dos países (Zambia y Zimbabue), nos decidimos por Zimbabue.
Victoria
Falls es un pequeño pueblo que nace tras el descubrimiento por el gran
Livingstone (sí, ese mismo que estáis pensando, el de la famosa y archiconocida
frase de: “El Sr, Livingstone, supongo”) comenzó a desarrollarse y crecer. El centro
compuesto de tiendas para turistas, cafeterías, restaurantes, hoteles,
vendedores de excursiones y cambistas, seré sincera, poca o ninguna atención merece.
La
visita a las cataratas se puede hacer sin ningún tipo de guía ya que todo el
trayecto está perfectamente señalizado, imprescindible llevar un impermeable ya que a medida que avanzas las pequeñas gotas de agua que se elevan acaban
cayendo sobre ti sin ningún tipo de consideración; la ducha está garantizada sobre
todo si vas en invierno (mes de julio),
como fue mi caso.
Ver,
escuchar y sentir tal cantidad de agua cayendo
al vacío resulta sobrecogedor a la vez que sorprendente.
Una
vez terminada la visita, nos dirigimos hacia un famoso restaurante situado muy
cerca de la entrada a Cataratas con una espléndida vista.
Desde
allí regresamos al pueblo para ir a comer al famoso Dusty Road; llegar no fue
sencillo ya que decidimos hacerlo caminando, ir en taxi era la otra opción,
pero quería ver y sentir de cerca el día a día del lugar. Preguntamos en varias
ocasiones la dirección a tomar y a la amabilidad y simpatía de las buenas
gentes, nos ayudó a llegar.
Tan
pronto como entras en Dusty Road, te das cuenta de que estás en un lugar especial y
diferente, la decoración es cuanto menos sorprendente, todo es viejo y al mismo
tiempo tiene esa pátina que solo los años le puede dar, adquiriendo matices y colores absolutamente maravillosos.
Nos
reciben en una zona en la que nos muestran algunos de los productos típicos que están en temporada y con los
que trabajan en cocina. Probamos dos bebidas, un zumo muy sabroso y una cerveza
con un fuerte sabor, espesa y densa que no sabría bien cómo definir.
La
visita continúa, nos explican que prácticamente todo lo que se utiliza como
elemento decorativo es reciclado, y me lo creo, salta a la vista que así es,
botellas
que se usan como lámparas, bañeras que sirven de asiento, latas que
vivieron tiempo mejores y que ahora albergan bonitas plantas, hasta en el aseo
se encuentran ropas, tinas, sandalias e incluso ropa interior que sirve de
decoración, una sala en las que las lámparas son antiguas nasas… y así hasta
encontrar una cama de metal con un viejo colchón, todo aquello que en lo que
llamamos primer mundo, sería basura, en Dusty Road se convierte en algo útil,
decorativo y muy, muy bonito.
La
comida fue similar a un menú
degustación, unos primeros variados, sabrosos y muy bien elaborados servidos en mesa (Pan de maíz en horno de leña, tomate seco
con albahaca, Humus de frijoles, Bolitas crujientes, Buñuelos de maíz).
Los
segundos son tipo bufé, te puedes servir tantas veces como quieras. (Pollo en salsa de cacahuete, estofado de
ternera, dorada del río Zambeze, arroz integral, frijoles en salsa de tomate y
cebolla, ensalada variada).
Todo
estaba cocinado al momento, en lo que se ha dado por llamar cocina abierta y
que allí adquiere un significado propio.
Los
postres, muy ricos y bien elaborados, también se sirven en la mesa. (Bolas de
chocolate, burbujas de amaranto, crema de baobab…)
Y
si quieres un té o un café hecho de forma tradicional, puedes elegir a tu
gusto.
Imprescindible
visitar el aseo, tengas o no ganas de usarlo, jajaja.
Me
recomendaron ir a cenar, pero creo que a mediodía es el mejor momento, por la
noche no se puede ver de la misma forma todos esos llamativos colores y
pequeños detalles que conforman este lugar.
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