Hace ya más de seis meses que visité por segunda vez La
India, y como dice el refrán que no hay dos sin tres, espero poder hacerlo de
nuevo.
Como os comenté en mi primera entrada “Mercados de La India”, este país lleno de contraste no deja indiferente a nadie, yo soy de las
enamoradas de este lugar que me llena y produce grandes sentimientos, la
belleza de sus paisajes, la amabilidad
de sus gentes con esas eternas sonrisas, la calidez con la que reciben al
visitante y sobre todo la sencillez que muestran en cada momento.
Hoy os contaré algo sobre su gastronomía, o más bien
sobre lo que yo comí y vi durante mi viaje, cierto es que no soy demasiado
aventurera con respecto a las comidas de los puestos callejeros, desde mi punto
de vista, son más para observar y admirar que para probar. En este aspecto soy más
bien poco o nada arriesgada por ello no acostumbro a comer fuera de los
circuitos habituales procurando escoger sitios con una higiene aceptable y que
ofrezcan un mínimo de garantías, este hecho se debe a que no estoy dispuesta a
que una comida me dejé derrotada y con el intestino hecho polvo durante varios
días.
La India posee una enorme y diversa cantidad de platos,
en esta ocasión en la que visité el sur del país tengo un recuerdo
especialmente grato de sus pescados a la plancha, los calamares fritos más
buenos que he comido en mi vida y las gambas tiernas y recién pescadas.
El pollo tandoori fue uno de los platos que comí en
varias ocasiones, siempre exquisito.
Qué decir de los panes… No sabría con cuál quedarme, todos buenísimos, los primeros día me empeñaba en pedir pan de pita,
pero aquí el pan es "nam", los probé todos, hasta había alguno que picaba tanto
que te dejaba la boca anestesiada.
En algunas cartas, al lado del nombre de los platos, aparecían unas guindillas que indicaban la cantidad de picante que llevaba, algo bastante útil para los que no les gustan las comidas de este tipo.
Con respecto a las bebidas, además de refrescos de marcas internacionales por todos conocidas, solía tomar cerveza, el tamaño habitual es de algo más de ½ litro que a diferencia de otros lugares siempre sirven bien fría, es suave y refrescante aunque no en todas partes se podía tomar, esto se debe a que los restaurantes que venden bebidas alcohólicas tienen que pagar fuertes impuestos al gobierno, pero como se ve en la foto, siempre hay quien hace la trampa y te sirve la cerveza en coctelera para disimular. Otra sorpresa fue encontrar la clásica Mirinda, si ese refresco que ya sólo recordamos los que tenemos cierta edad.
En los hoteles, además de la consabida comida de tipo internacional, la mayoría de los platos eran del país, muchos llamaron mi atención, brotes de legumbres, guisos con aroma a especias de todo tipo, una especie de rosquillas que en realidad se hacen con harina de garbanzos, pescados y carnes guisados o asadas con masala (una sabrosísima mezcla de especias), postres…
En algunos restaurantes, al finalizar la comida ponen en la mesa una fuente en la que hay palillos, azúcar en dados y una especia que ayuda en la digestión, buena falta hace después de tanta guindilla ingerida.
Los puestos de comida callejera son de lo más popular, como he dicho, me limité a fotografiarlos y me quedé con las ganas de probar alguno de los suculentos y apetecibles platos que allí preparaban pero como el miedo es libre no me atreví a hacerlo por razones obvias y evidentes.
Me resultó curioso ver cómo en la mayoría de los templos se vendía comida a muy bajo precio cocinada por los monjes, aunque según mi guía, en no todos era de la misma calidad. También ver a todo tipo de personas comiendo en los templos sentados en el suelo fue otro gran descubrimiento, como plato unas hojas de plátano de fácil reciclado, aquí los templos no sólo son un lugar en donde rezar sino también un lugar para convivir, conversar, descansar y sobre todo sentir y vivir. Mucho tendríamos que aprender de este sencillo pero buen estilo de vida.
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